“Aquellas personas que son cuidadosas se esfuerzan constantemente para mantener un equilibrio entre la igualdad ontológica, que sitúa a todos los seres en un mismo nivel”. (M., (2016), El lugar del pensamiento en la educación, (Trad. Manuela Gómez Perez). Barcelona: Ed. Octaedro. Pág. 99)
Posiblemente a nadie le sea ya ajena la estrecha vinculación entre el pensamiento racional y el pensamiento afectivo, es decir entre lo racional y lo emocional. Neurocientíficos como Antonio Damasio han demostrado que las emociones son clave a la hora de tomar decisiones correctas, rompiendo así la dicotomía emoción vs razón. Aunque hemos tenido siglos de filosofías que elevaban a la racionalidad a los cielos mientras que dilapidaban a las emociones por “engañosas” o “infantiles”. Hoy por suerte las cosas han cambiado. Puede parecer futil explicar que pensar y sentir están tan conectados en su raíz como en sus objetos. Por ejemplo, es fácil intuir que pensar en y sobre un ser querido nos genera extraordinarios procesos de creación de ideas e incluso se pueden materializar en acciones, mensajes o cariño, pero también pensar sobre alguien que ha hecho algo que nos disgusta y nos hace sentir mal.
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